Como habréis podido observar soy una elfa Silvana, mi estilo de combate es una adaptación de uno de los bailes ritual de mi pueblo. Unos cuantos elegidos cada año forman el escuadrón de bailarines y dedican su vida a las danzas de espadas para homenajear a los Dioses, yo formaba parte de uno de esos escuadrones.
Vivía en uno de los pueblos cercanos a la gran ciudad, aunque por problemas de orografía realmente quedamos bastante incomunicados. La gente de mi ciudad es gente humilde y caritativa, como todos los elfos silvanos, aman la paz y la naturaleza y a mí desde siempre me han tratado de inculcar estos ideales. Era yo pequeña cuando llegó hasta mi aldea un grupo de exploradores humanos que iban en busca de unos minerales preciosos que al parecer habían oído que se hallaban en una de las vertientes de montañas circundantes a mi pueblo.
Todos dieron cobijo y una calurosa bienvenida a los extranjeros, a los que tanto les gusto el sitio que decidieron instalarse entre nosotros. Al principio eran todo amabilidad, traían noticias del exterior, especias nuevas para nuestros guisos y golosinas desde la gran ciudad para los niños, luego, las cosas, aunque nadie quisiera darse cuenta, cambiaron. Cada vez venían a la aldea más y más humanos, que pedían talar unos pocos árboles para hacerse casas, otros pocos para su leña, otros más que ni recuerdo por que los pedían… Los mayores de la aldea accedieron, y así, cada día venían con una petición nueva. La amabilidad de mi gente la hace permisiva y mansa, y la única resistencia que presentaban a la avaricia y al maltrato del bosque era la esperanza de que al vivir un tiempo entre nosotros los humanos acabarían dándose cuenta de que lo que hacían estaba mal, pero eso no sucedió así.
Hicieron una mina de gemas preciosas donde se encontraba uno de los enclaves más hermosos de mi bosque, destrozaron y contaminaron mi río y al final se tomaban hasta la libertad de elegir una amante, o incluso varias, sin importarles nada ni nadie, y, como respuesta, los míos seguían esperando y dejándose pisar con su mirada puesta en la esperanza de que esas personas cambiaran, por que dicen hay que predicar con la palabra y el ejemplo y no con la fuerza y la violencia.
A mí me echaron de la aldea hace alrededor de unos 7 años, hace tiempo que yo estaba a disgusto viviendo allí, y que había dicho abiertamente que no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando, pero lo que realmente me enfadó fue la decisión de los míos de expulsarme.
Una noche mi hermana pequeña iba de regreso a casa y un humano la paró en el camino, iba medio borracho, agarró a mi hermana por la muñeca y gritó a los cuatro vientos que mi hermana iba a ser su nueva amante. Mi hermana agacho la cabeza sumisa y yo cansada de ver escenas similares a esa, irrumpí entre el borracho y sus amigos agolpes para soltar a mi hermana. Apenas sabía lo que era dar un puñetazo, pero no iba a seguir consintiendo aquello; los humanos tenían que irse, yo no los quería en mi aldea, estaba harta.
Mi escaramuza no llegó a más que un par de moratones para los humanos y una paliza para mi, pero en cuanto desperté vi el hatillo y mis escasas pertenencias en la puerta de mi casa, esperándome; porque no quieren gente violenta en su pueblo, porque a los míos no les gustaba la mirada de mis ojos violetas, supuestamente tan llenos de ira, porque Chandra siempre fue muy rara, tanto que ni mi madre ni mi hermana salieron a despedirse y no vi a nadie mirar hacia la salida del pueblo mientras me iba, ni mis compañeros de ritual ni el resto de mis conocidos, todos preferían seguir ahí esperando…
Cuando salí del pueblo sola con mis katanas de ritual, mi capa y el miserable hatillo, tenía clara una cosa, no era la violencia la que me había robado mi hogar, sino la pasividad de mi gente, y, lo más triste es que sé que ellos nunca se darán cuenta.
Vivía en uno de los pueblos cercanos a la gran ciudad, aunque por problemas de orografía realmente quedamos bastante incomunicados. La gente de mi ciudad es gente humilde y caritativa, como todos los elfos silvanos, aman la paz y la naturaleza y a mí desde siempre me han tratado de inculcar estos ideales. Era yo pequeña cuando llegó hasta mi aldea un grupo de exploradores humanos que iban en busca de unos minerales preciosos que al parecer habían oído que se hallaban en una de las vertientes de montañas circundantes a mi pueblo.
Todos dieron cobijo y una calurosa bienvenida a los extranjeros, a los que tanto les gusto el sitio que decidieron instalarse entre nosotros. Al principio eran todo amabilidad, traían noticias del exterior, especias nuevas para nuestros guisos y golosinas desde la gran ciudad para los niños, luego, las cosas, aunque nadie quisiera darse cuenta, cambiaron. Cada vez venían a la aldea más y más humanos, que pedían talar unos pocos árboles para hacerse casas, otros pocos para su leña, otros más que ni recuerdo por que los pedían… Los mayores de la aldea accedieron, y así, cada día venían con una petición nueva. La amabilidad de mi gente la hace permisiva y mansa, y la única resistencia que presentaban a la avaricia y al maltrato del bosque era la esperanza de que al vivir un tiempo entre nosotros los humanos acabarían dándose cuenta de que lo que hacían estaba mal, pero eso no sucedió así.
Hicieron una mina de gemas preciosas donde se encontraba uno de los enclaves más hermosos de mi bosque, destrozaron y contaminaron mi río y al final se tomaban hasta la libertad de elegir una amante, o incluso varias, sin importarles nada ni nadie, y, como respuesta, los míos seguían esperando y dejándose pisar con su mirada puesta en la esperanza de que esas personas cambiaran, por que dicen hay que predicar con la palabra y el ejemplo y no con la fuerza y la violencia.
A mí me echaron de la aldea hace alrededor de unos 7 años, hace tiempo que yo estaba a disgusto viviendo allí, y que había dicho abiertamente que no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando, pero lo que realmente me enfadó fue la decisión de los míos de expulsarme.
Una noche mi hermana pequeña iba de regreso a casa y un humano la paró en el camino, iba medio borracho, agarró a mi hermana por la muñeca y gritó a los cuatro vientos que mi hermana iba a ser su nueva amante. Mi hermana agacho la cabeza sumisa y yo cansada de ver escenas similares a esa, irrumpí entre el borracho y sus amigos agolpes para soltar a mi hermana. Apenas sabía lo que era dar un puñetazo, pero no iba a seguir consintiendo aquello; los humanos tenían que irse, yo no los quería en mi aldea, estaba harta.
Mi escaramuza no llegó a más que un par de moratones para los humanos y una paliza para mi, pero en cuanto desperté vi el hatillo y mis escasas pertenencias en la puerta de mi casa, esperándome; porque no quieren gente violenta en su pueblo, porque a los míos no les gustaba la mirada de mis ojos violetas, supuestamente tan llenos de ira, porque Chandra siempre fue muy rara, tanto que ni mi madre ni mi hermana salieron a despedirse y no vi a nadie mirar hacia la salida del pueblo mientras me iba, ni mis compañeros de ritual ni el resto de mis conocidos, todos preferían seguir ahí esperando…
Cuando salí del pueblo sola con mis katanas de ritual, mi capa y el miserable hatillo, tenía clara una cosa, no era la violencia la que me había robado mi hogar, sino la pasividad de mi gente, y, lo más triste es que sé que ellos nunca se darán cuenta.
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