martes, 23 de octubre de 2007

The BlackLotus

JHOIRA TRINKET

Nací dentro de una escuela de ladrones y asesinos, BlackLotus, de la que mi madre formaba parte. Este gremio temido y conocido por toda la extensión del continente de Parnt, forma y organiza a los mejores pícaros y asesinos a sueldo. Tal es su renombre que a su alrededor se ha formado el sistema económico que rige toda la mitad este Parnt.


Olidammara, dios Creador de mi escuela, la fundó en el Valle de la Sombra junto con su amada Vecna, diosa de todo lo oculto, y sus hijos fueron los primeros maestros de mi saber. Sus enseñanzas y habilidades llegaron hasta nosotros a través de su sangre bendecida con la frialdad y la destreza de los mejores de nuestra clase. Todavía recuerdo cuando la recibí, apenas si tenía ocho años cuando me guiaron hacia el pequeño templo en el nacimiento del río. Pasamos a través del jolgorio y el silencio de la multitud. Éramos dos los iniciados ese año y Dairos despertaba mucha expectación.
Él era el hijo de uno de los mejores asesinos que había dado la escuela y se esperaban grandes cosas de él. Su padre era una figura imponente y fría, en sus ojos jamás vi ninguna expresión y su presencia cuando visitaba mi casa me causaba un gran desasosiego. Mi madre, Tika, solía decirme que no debía tenerle miedo, nadie iba a pagarle para que matara a una chiquilla tan poca cosa como yo y aún así jamás conseguí acercarme a él sin sentir esa sensación de presión que produce el miedo.
Dairos y yo nos acercamos al Altar Mayor. Sobre él estaba preparada una bandeja de plata y una daga serpenteante con el mango recubierto de un cuero oscurecido por los años y por la sangre. El sumo sacerdote alzó la daga con su mano izquierda y tal como nos habían indicado, tragándonos el miedo, sostuvimos nuestros brazos sobre la bandeja. El del sacerdote fue un movimiento rápido y preciso, no pude verle lo que evitó que el miedo me hiciera retirar el brazo. Nuestra sangre goteó brillante sobre la plata y se mezcló homogénea. Mientras, una figura se acercó sosteniendo el cáliz que contenía la sangre de los dioses desde tiempos inmemoriales y se lo entregó al sacerdote.
-El Asesino y la Pícara.- dijo el sacerdote y derramó el líquido lechoso sobre nuestras muñecas heridas.
Nuestra tibia sangre se mezcló con la fría sangre de los dioses. El sacerdote retiró la bandeja y vertió su contenido de nuevo en el cáliz y nos lo ofreció para que bebiéramos. No podré olvidar los ojos de Dairos al otro lado del cáliz fijos en mi mientras daba el pequeño trago que le correspondía. Ahora nuestra sangre pasaría junto con la de los dioses a las siguientes generaciones.
Tras ese día Dairos y yo fuimos compañeros, al igual que mi madre y su padre lo habían sido en un pasado. Los entrenamientos se hicieron menos tediosos en su compañía y aunque con los años sus ojos se volvieron tan fríos como los de su padre cuando me miraba siempre podía ver esos ojos que me miraron por primera vez.
No sé si era por Dairos pero con doce años ya recibíamos encargos importantes y nuestros nombres eran mentados con respeto. Hasta que un día nos llegó un nuevo encargo.
Venía de las regiones del oeste de uno de los caudillos más importantes de la zona y debía ser un trabajo relativamente sencillo. Estaba más destinado a mí que a él así que partí sola. Era la primera vez que tenía la oportunidad de lucirme, Dairos ya había hecho encargos el solo y yo quería que todo saliera perfecto. Preparé el equipo. Al parecer tenía que encontrar un objeto valioso que alguien había sustraído de la escuela de magia. Las pistas apuntaban a que el ladrón se había dirigido hacia las montañas, al norte. Esa zona era bien conocida por lo intrincado de sus subterráneos y lo normal era que se hubiera refugiado en ellos. Primero me dirigí a la escuela y traté de informarme sobre cuál era el objeto robado, sin mucho éxito. Así que partí hacia las montañas.
El camino se hizo largo sin nadie con quien hablar, supuse que a Dairos mucho más callado que yo no le costaba tanto irse solo. Yo en cambio estaba acostumbrada a su compañía, puede que por eso me regalara mi flauta para que no me sintiera sola cuando él se iba.
Me adentré en las montañas. Tras mucho rato encontré una mínima pisada que apuntaba a una de las cuevas y entré en ella. El conducto era estrecho, húmedo y se dirigía hacia el este. Quienquiera que hubiera pasado por allí era muy bueno pues no encontraba ni pisadas ni rastro alguno aún cuando el suelo estaba enfangado. Para mi desgracia me saltaron varias trampas de las muchas que encontré en el camino y fue ahí cuando empecé a preocuparme por qué encontraría más adelante.
El túnel seguía hacia el este, no había cambiado de dirección en todo el trayecto y por el tiempo que llevaba dentro debía estar acercándome al valle. Horas más tarde sucia y herida llegué a una sala medio en penumbras. Me escondí en las sombras y esperé. Había oído un ruido y supe que había alguien cuando vi su sombra en la pared. Era una sombra alargada y el tono que tomaba la sala me indicó que la luz procedía de una antorcha. Asomé con sigilo la cabeza para mirar al interior y una daga zumbó rozando mi cara con una fuerza desmesurada. Sorprendida y antes de poder hacer nada tres dagas más se clavaron en mi cuerpo. Traté de gritar y no pude, si mis cálculos no fallaban debíamos estar muy cerca del templo. Un encapuchado se acercó y su mano aferró mi garganta levantándome del suelo. Intenté zafarme pero no conseguí más que revolverme en mi angustia. A la desesperada agarré una de mis dagas y la lancé como pude hacia su cabeza mas lo único que conseguí fue quitarle la capucha. Presión, esa conocida sensación cada vez que veía sus ojos fríos mirándome. Me alzó más aun sobre su cabeza y me lanzó contra una de las escarpadas paredes. Entonces la vi, al fondo de la sala en un pequeño pedestal, la Mano de Vecna. Él se acercó de nuevo hacia mí puñal en mano, iba a matarme y yo “deseé estar muerta”. Me degolló, y se volvió hacia la mano con una reverencia.
-Contigo pondré orden en esta escuela y en el mundo.- agarró la antorcha y se dirigió a la salida.
Yo en el suelo deshice el hechizo y traté de incorporarme. Nunca hubiera creído que algo así funcionase. Me dolía todo el cuerpo, estaba sangrando en abundancia por el costado izquierdo y tenía un par de heridas más, por si con esa no me bastaba. Muerta de miedo me acerqué al altar, me limpié la mano izquierda con la tela de mi capa y tras una reverencia tomé la mano y corrí. Así fue como abandoné mi casa, mi gente y desde entonces me he estado escondiendo. Odio el día que acepté ese sencillo encargo pero no me arrepiento.
Huí por las montañas hasta la costa llevando conmigo la Mano de Vecna. Los dos años siguientes fueron una huida desesperada. Creía verle en cada esquina, en cada ventana, en cada sueño... Perdí mucho peso y las noches sin dormir mellaron mi salud. No tenía a nadie a quien recurrir, mi madre y Dairos debían pensar que estaba muerta.
Me alejé todo lo posible de mi casa y me embarqué de grumete disfrazada de chico. Pasé varios meses en alta mar lejos de las costas y eso en cierto modo me devolvió la cordura. Dejé de ver sus ojos por todas partes y de sentir su presencia a mi espalda.
Desembarqué en este continente hace dos años y aunque sé que él me sigue buscando intenté llevar una vida medio normal. No puedo estar mucho tiempo en el mismo sitio, ni dar mi nombre, ni hacer amigos pero al menos consigo dormir por las noches aunque sea con un sueño ligero.
Cuando os conocí el año pasado pensé que era una buena forma de no viajar sola, estaba encantada con la idea y me caíais bien.


Mientras nos contaba esto Jhoira enredaba en su largo cabello que ahora mostraba los mechones blancos que le habían obligado a empezar este relato. Su vida y todo lo demás ahora dependía de si la habíamos creído o no, o simplemente de si nos importaba y queríamos ayudarla. Todos nos miramos, supongo que en el fondo no sabíamos que pensar. Ella con su piel morena y su sonrisa dulce nos había acompañado durante todo este viaje y, aunque en el fondo sabíamos que no era todo sonrisas, bien poco nos había importado mientras nos salvaba el cuello. Ahora era ella la que estaba en un lío por seguirnos hasta Rock, la tierra de los enanos y, mirándola a través de los barrotes de su celda frustrada por su incapacidad para salir, ninguno sabíamos que hacer. Más de uno habíamos sospechado de su procedencia drow pero cuando nos dirigimos hacia aquí ninguno nos paramos a pensar en los rencores existentes entre esa dos razas. En cierto modo la negligencia había sido nuestra.
-En la escuela todos éramos iguales. Gnomos, medianos, elfos, humanos, drows... eso no importaba, todos éramos pícaros y asesinos, nada más. No puedo pediros que me saquéis de aquí, pero alguien tiene que poner la Mano de Vecna a salvo, por favor.- rogó.
Todos la escuchábamos atentos. Ella se tapó la cara con las manos. Era una muchacha joven, debía rondar los diecisiete. Eso nos había frenado mucho cuando la elegimos para venir con nosotros, pero era la mejor.
Me lleve de allí a los demás.
-Luego volvemos Jhoira, no desesperes.- ella asintió en el fondo de su celda.
Salimos de la cárcel mientras los carceleros nos miraban y cuchicheaban entre dientes. Una vez en la taberna nos sentamos a hablar.
-No podemos hacer nada por ella Tanis, no te empeñes.- Daila con cara decaída se sentó en una silla y estiró las piernas.
-¡Qué frío hacía en ese calabozo! ¡Por Odín, que me duelen todos los huesos y hasta el alma! Morirá antes de su ejecución si no le llevan una manta.
- ¡Qué delicado eres Thord!. Aquí hay gente a la que ella no les cae tan mal.
- Os juré por mi adorada cerveza que nos traería problemas y aquí están, era una sanguinaria drow como imaginaba.
Yo no quería aceptarlo pero ellos tenían razón, era imposible sacarla de allí. Me levanté de la mesa y subí a mi dormitorio.
Me arrepiento de haberla dejado allí pero al menos hice más que los demás que se limitaron a cruzarse de brazos, aunque eso no sea excusa. Bajé del dormitorio y me dirigí de nuevo a la cárcel. Me acerqué a su celda, seguía en la misma postura en la que la habíamos dejado hacía rato.
- Toma,- le susurré- es lo único que puedo hacer.- Y le pasé disimuladamente unos alambres de su caja de herramientas. Ella me miró con cara de desesperación y creo que llegó a susurrar un “gracias” según agachaba la cabeza para volver a ocultarla entre sus rodillas.
Horas más tarde salíamos de la ciudad. En aquel momento me preguntaba si ella sería capaz de salir de allí, pero el pronóstico era pesimista.



Un año y medio más tarde he vuelto a verla. Estaba en ciudad central y un encapuchado se acercó hasta mí. Me puse en guardia y él levantó unos centímetros la tela hasta dejarme ver su cara.
-¡Jhoira! ¿Qué haces tú...?- Ella me puso el dedo en los labios haciéndome callar.
- ¡Shhhh! Sígueme.- Me guió por las calles de Ciudad Central hasta una pequeñísima posada.
- Hola Tanis. ¿Cómo tú por aquí?
Seguía teniendo esa sonrisa dulce y su voz cantarina, pero sus ojos denotaban cansancio. Sinceramente no entiendo como podía mirarme así incluso después de haberla dejado tirada.
- Negocios, vengo a comprar material. Me alegro de saber que estas bien. Siento...
- Déjalo ¿Vale? .- me interrumpió sonriendo.- Si estoy aquí fue gracias a tí, contigo no hay rencores.¿Quieres una cerveza?
Sus ojos azules me miraban fijos y aunque cansados parecían alegres de verme.
- ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Éste no es buen lugar para esconderse.
- He llegado aquí buscando a alguien. Me dijeron que tenía un trabajito por aquí y le estoy buscando. Seguro se sorprenderá cuando me vea. Piensa que estoy muerta, espero que no le de un infarto.-se sonrió- hace mucho que no le veo.
El camarero se acercó con las jarras y las dejó encima de la mesa.
- Gracias.- dijo ella y me tendió la mía.
Bebimos un rato y nos contamos que había pasado en nuestras vidas durante ese año y medio. Luego se despidió con una sonrisa.
- Espero que nos volvamos a ver.- y salió por la puerta de la posada.
A continuación me levanté yo y un poco mareado me dirigí a la barra a pagar mi parte.
- El caballero pagó ya lo de los dos.-me contestó el camarero.
Salí y casi a rastras conseguí llegar al callejón donde me encuentro. Si es que soy tonto, cómo no iba a odiarnos después de que la dejáramos allí. Pero ahora ya es un poco tarde para darme cuenta y poco a poco en este callejón solitario se me escapa todo. Supongo que lo ha querido hacer así, despacito, para que pueda arrepentirme de lo que hice. Sólo espero que todo le vaya bi...
Por fin, después de año y medio, había conseguido quitar del medio todos los cabos sueltos; si Néstor se hubiera cruzado con alguno de ellos hubiera sido malo para mí... así que, relativamente podía volver a andar tranquila. Estaba en ciudad central, una ciudad rica, grande y de comercio y, como en todas las grandes ciudades, existía una subciudad de callejones estrechos en los que me sentía en mi salsa.
Iba por uno de esos callejones cuando vi a una figura que aplaudía delante de mí.
-¡ Bien hecho Trinket!
Mi primer acto fue retroceder, nadie me había llamado así en siete años, mi pulso aumentó, sentía todo mi cuerpo temblar y casi no me respondían las piernas.
La figura salió de las profundidades del callejón. Una mujer joven e imponente se colocó a escasos metros de mí. La sensación que sentí era aun peor que la que en su día había sentido con Néstor, era alta, más alta que yo y vestía una curiosa armadura, su pelo negro y lacio no se movía con la suave corriente de aire, mirarla a los ojos significaba perderse en un universo gris acero, sus labios mostraban una suave y agresiva sonrisa y su mano reposaba tranquila en la cintura como si la situación fuese de lo más normal. Su figura se remarcaba en el mango dorado de un espadón que pendía de su cadera, al lado izquierdo del cuerpo, mis ojos se desviaron al mango de dicha arma recubierto con una afilada espiral, la hoja roja como la sangre no estaba recubierta por ningún tipo de vaina y lucía unos extraños grabados, un poco por debajo de ésta, se situaba un extraño hacha que tenía su gemela al otro lado de la cintura, ambas eran negras como las más oscuras partes del infierno y olían a muerte. La única marca que llevaba eran tres rayas paralelas e inclinadas cruzadas por otra en dirección contraria que estaban grabadas en ambos costados de su oscura coraza. No era uno de los míos, estaba claro, pero en mi interior sentía que hubiera preferido encontrarme con cien de ellos antes que con esa persona.
Muerta de terror, tambaleándome di dos pasos hacia atrás, poniéndome en guardia mis manos se dirigieron instintivamente a la empuñadura de mi ballesta, pensando que al menos así podría generar la confusión suficiente para desaparecer. Sentía todos mis músculos tensos, dispuestos a actuar ante cualquier movimiento y aun así mi cabeza me decía que no podría hacer nada en esa ocasión yo era la presa. Casi sin aliento susurré.
- ¿Qu..u..é... quieres de m..mí...?
- Vendrás a la Taberna de Greenday dentro de dos horas; mas te vale no faltar – respondió, y añadió en voz baja, como si fuera un secreto - y cuida bien eso que llevas.
Casi no pude responder, un “pe..ero” se me congeló en los labios y ella se giró sin darme tiempo a asimilar sus palabras.
- Serás mi mano derecha... – Susurro maliciosa.
No sonó nada alentador, y, aun más silenciosa que el mejor de los míos desapareció; la sensación de maldad se disipó con ella y avancé por el callejón tratando de averiguar por donde había marchado, pero tras unos pasos vi el final de la calleja truncada por una enorme pared. Resoplé y salí de allí sin volver la espalda al oscuro final de esa calle maldita.

Las dos horas pasaron mucho mas rápido de lo que hubiera querido, nerviosa me presenté en la taberna sabiendo que fuera lo que fuera lo que esa mujer quisiera de mí, más me valía dárselo.
Era una taberna pequeña y discreta pero de buena calidad. Al entrar la sensación de mal volvió a inundarme y me giré buscándola. Estaba acomodada en la presidencia de una mesa con siete asientos más y jugaba tranquilamente con su copa, rozándola con sus dedos, cubiertos de fina tela, hasta hacerla sonar. Unos instantes después de haber posado mi vista sobre ella dos personas se acercaron a la mesa. Ella los saludó como si los hubiera estado esperando y ellos tomaron asiento a cierta distancia de la anfitriona; me dirigí hacia ella, susurré un saludo y me senté a su derecha sin descubrirme. Más de cerca pude ver que las dos figuras que se habían acercado eran un explorador elfo y un guerrero que comentaban cosas como si ya se conocieran de antes, un tiempo después comenzó a llegar más gente, una paladina, un enano, una maga y un semiorco acabaron de llenar la mesa. Y entonces ella comenzó a hablar.
- Buenas tardes. Me alegra veros a todos aquí. – Mirando sus caras adiviné que no era la única a la que turbaba esa sonriente mirada. - Os he hecho venir por que quiero encargaos un trabajo. Quiero que averigües una cosa para mí. – Al ver que la íbamos a preguntar algo alzó la mano y añadió.- Al norte de aquí, como algunos ya sabéis, esta habiendo intrusiones de trasgos en las ciudades. Comenzaron por las ciudades enanas - se giro hacia el enano y este asintió- y ahora están atacando otras más al sur , pasada la cordillera. Esto invita a pensar que el problema son sólo unos trasgos, pero nada más lejos de la realidad, al parecer nuestros verdosos vecinos están actuando de forma organizada y eso quiere decir que alguien o algo los esta controlando. En la última ciudad que atacaron había algo importante para mí de lo que me dolería mucho separarme y por eso – Nos miró uno a uno – os quiero contratar para que averigüéis qué está sucediendo y por qué se comportan así.


Así fue como nos conocimos todos. Todos nos miramos y cada uno expuso sus dudas, aunque todos sabíamos que no podíamos negarnos.
-Os pagaré 500monedas ahora y otras tantas cuando cumpláis.
Y así comenzó nuestro viaje y los dioses saben cuantas veces nos equivocamos desde ese momento y cuantas veces nos seguiremos equivocando a partir de ahora.


-¿Sabes Darios? Ahora que los Tolarianos han dejado de perseguirnos y que todo este viaje a llegado a su fin, ahora que te he vuelto a encontrar temo que no todo haya acabado.
Jhoira giro su cara hacia la isla que se hundía y después hacia los barcos de sus ex-compañeros de viaje que huían a su par hacia el continente, después poso su mirada en Rena y en su madre, mientras acariciaba el pelo de Darios y pensó que todo ese final parecía más un comienzo...


(escrito para una partida de rol- (c) Silfo. Correciones D.D.R.)