Durante el tratado de Tanagawa Japón abrió las puertas al comercio americano, con ello un cónsul Americano se traslado a Japón junto con su familia y criados. Era un país nuevo lleno de costumbres, arcaicas y restringido. Como era de esperar el consulado no fue bien visto por la mayoría de los ciudadanos o mejor dicho por la mayoría de las casas y familias grandes.
Por el contrario los avariciosos mercaderes se encontraban encantados con la nueva ruta de comercio. Así fue como hasta las costas japonesas comenzaron a llegar cargueros americanos dispuestos a llenarse de todas las curiosidades que las familias acomodadas americanas les pedían de aquel nuevo mundo. Era el año 1855 cuando todo esto empezó y cuando algunas de las personas ajenas a todo ese comercio decidieron dar el salto hacia aquella tierra que decían era “la tierra de la libertad”.
Mercaderes endeudados, huérfanos, familias enteras marcadas por los yakuzas decidieron dar el gran salto para alejarse de ellos.
Algunos de ellos buscaron trabajo en el consulado como asesores y sirvientes, otros viajaron al nuevo mundo en los barcos de mercancías; y aunque no a todos les salió bien unos pocos llegaron a la tierra prometida dejando atrás sus deudas y su orgullo.
Aun así el nuevo mundo no fue mejor, pobreza, racismo y todas esas cosas que un inmigrante debe superar. Así fue como mi abuela llego a América y como mi familia paso a ser americana. Ella se caso con un americano y formo una familia mientras trabajaba en la casa del Comodoro Matthew Perry. Empezaban los años 1870 cuando nací yo, el Comodoro había muerto hacía ya casi una década pero su familia aun conservaba una buena posición social. La casa de la familia Perry se encontraba en New York y fue allí donde viví mi infancia. El abrazo me llego dos décadas después a los veinte y pocos años. Pero no adelantare acontecimientos, tenía más o menos quince años cuando oí por primera vez el nombre Assamita.
Mi herencia asiática me hacía pasar a menudo por la zona recién creada de Chinatown, sobre todo para encontrar los típicos ingredientes como nori, washabi y algunos pescados asiáticos poco comunes de encontrar en New York y que mi madre necesitaba para cumplir las exigencias de la familia Perry.
La zona de Chinatown era cuanto menos peligrosa, realmente esta zona no empezó a ser conocida como Chinatown hasta principios del siglo XX pero el nombre no lo hace diferir mucho de lo que ya era, fue allí donde fui “ojeada”.
Una de las tardes ya casi noches en las que me dirigía a casa después de comprar, uno de los grupos de mafiosos, denominados Tongs, se me echo encima y me obligaron a entrar en uno de los edificios de la zona, en pocas ocasiones he pasado tanto miedo como aquella vez, pero los rumores sobre las bandas del Chinatown no eran nada con lo que descubrí a partir de ese momento.
Arrastras me llevaron hasta una habitación en penumbras con el suelo de tatami y paredes de papel y madera, parecía una de las fotos que colgaban orgullosos los señores de la casa de su estancia en Asia. Temía lo peor y un sudor frio recorría todo mi cuerpo, trate de revolverme y soltarme pero fue inútil, me dejaron caer contra el suelo y abandonaron la sala.
La señora Lee Yungo entro entonces en la sala , era una mujer mayor pero muy bien conservada y de porte imponente, llevaba un kimono chino muy amplio y lujoso, dio un par de pasos hacia la parte de delante de un pequeño escalón que había en la sala del que yo ni me había percatado y se sentó allí. Cuando hablo su voz sonó como si viniera del más allá, el corazón me dio un vuelco y un escalofrió me recorrió hasta el alma: “Buenas noches, Srta. Sei me alegra tenerla entre nosotros esta noche”.
Qué podría decir de esa noche casi eterna para mí y llena de explicaciones. A partir de esa noche pase a ser una iniciada del clan Assamita, tampoco tuve elección, para resumirla un poco y no desvelar algunos de los secretos que me fueron confiados esa noche como nueva iniciada, lo dejare en que mi existencia y condena habían sido tratados por mi abuela mucho antes de mi existencia.
La entrada como trabajadora de mi abuela en la casa Perry no había sido un hecho casual, al igual que la muerte del Comodoro Matthew Perry justo cinco años después de la firma del tratado de Tanagawa tampoco lo había sido. Mi madre me había dicho alguna vez que mi abuela había muerto cuando ella era muy pequeña y ahora sabía la verdad.
Durante los siete años siguientes la Señora Lee Yungo me procuro encargos y me entrenó justo hasta la misma fecha en la que aquellos matones, ahora miembros del clan Assamita, me arrastraron a su casa.
El último día de mi vida lo llevo grabado a fuego en el alma, el sol elevándose por encima de Manhatan, era un cálido día de verano y hasta las muchedumbres parecían algo agradable. Esa noche cuando el plazo de los siete años expiro la señora me bendijo con su abrazo y desde entonces no he vuelto a ver el sol.
Siete años más los pase entre Londres, París, Viena, Pekín… Serví al clan fielmente hasta que conseguí mi emancipación y después regrese a casa.
El siglo XX llegó las industrias fueron creciendo, el mundo cambiaba mientras yo permanecía inmutable, durante aquella época era fácil ganarse la vida con pequeños trabajos, estafas, asesinatos… El mundo estaba gustoso de las artes como las mías.
Tras la segunda guerra mundial volví a Europa y más tarde me traslade a Japón durante una temporada, fui poco a poco adaptándome a las nuevas tecnologías, del telégrafo al teléfono y así las cosas fueron llegando hasta el día de hoy.
Los ’90 llegaron y si bien desde hacía años vivir de mi profesión había empezado a resultar muy difícil un nuevo camino se abrió ante mí. No me fue difícil adaptarme a un nuevo mundo de cables y redes electrónicas.
Las noches de los ’90 son hermosas, los vampiros están de moda y los jóvenes se visten imitando a las novias de la muerte, se pintan como pálidos cadáveres y la gente nos asemeja con esas tristes imitaciones, nuestras costumbres se confunden con las ridículas excentricidades de los jóvenes actuales. Es definitivamente una buena época para nosotros, las grandes ciudades nos dan una excelente cobertura y la tecnología no es más que un vehículo inigualable de información, abastecimiento y transporte seguro.
Mi camino había sido tranquilo y aunque en la transición hacia la época moderna hubo años llenos de dificultades, se podría haber clasificado mi historia como sencilla. Nunca había tenido problemas para cumplir los encargos y salvo en alguna mala época las recompensas fueron abundantes.
Mi posición social dentro del clan y mi comportamiento me permitió siempre viajar de una ciudad a otra sin que ningún príncipe pusiera mayor pega en ello. Gran parte de mi particular suerte fue ayudar a eso príncipes a librarse de indeseados y escandalosos vecinos.
Estaba en el sur de Francia cuando vía e-mail llego hasta mí un encargo de uno de los príncipes que antaño fue mi anfitrión en una bonita ciudad italiana, un indeseable nosferatu extranjero estaba dando caza en su ciudad sin permiso y sin ningún tipo de recato. Me ofrecía transporte y el típico pago, asique me dirigí hacia allí. Una vez llegue, localizar a la presa no resulto muy difícil, el problema vino cuando me di cuenta de que no era la única que lo buscaba. El pobre infeliz no era un nosferatu sino que su atroz aspecto provenía de la ferviente persecución que lo había llevado hasta allí. Tristemente para mí llegue a esa conclusión mientras disfrutaba de mi apetecible banquete.
Dos hombres, uno joven y otro que debía rondar los cuarenta irrumpieron en mi particular festín. El joven se me echo encima sin avisar, ambos en lugar de sorprenderse por la escena precipitaron sobre mí como lobos hambrientos.
Forcejee con el joven que trataba de sujetarme, por alguna razón mis sentidos no reaccionaban bien. El viejo saco una automática y comenzó a disparar, mi cuerpo reacciono a tiempo de volcar sobre mí a su compañero a modo de escudo. El grito retumbo en las profundidades, me quite de encima el cadáver y corrí hacia el fondo de las cloacas donde aun se oía el eco sordo del grito, con mi velocidad ningún humano podría seguirme y así fue pero el pequeño incidente me impidió llegar al refugio a antes de la llegada del día, no tuve más remedio que buscarme un sitio donde acomodarme para pasar las horas de luz. El atardecer no fue mejor que la hora de acostarse, apenas mis sentidos empezaron a despertarse sentí una presencia cercana y conocida desde la noche anterior. Esa noche y el día y la noche siguiente transcurrieron en una frenética persecución solamente detenida en ocasiones por la extraña sensación que me hacía creer por segundos que toda la sangre que albergaba mi cuerpo se convertía en polvo.
Me vi obligada a esconderme en un camión frigorífico que me llevo hasta la siguiente población para conseguir perderle la pista. Tras unos cuantos días más mi cuerpo desecho el veneno ingerido del “nosferatu” y tras una buena comida recobre mi constitución. No quise darle mayor importancia al incidente, pero en los siguientes dos años ese hombre se cruzo conmigo en tres ocasiones más, desde entonces me he visto obligada a cambiar más a menudo de ciudad. Ahora me encuentro en la ciudad de _____ y voy a “pedir alojamiento”.